Asesinato fallido.


El hombre forzó la vista para ver con claridad las letras pequeñas del libro, casi se le cerraban los parpados de la fuerza que hacía. Con la cara arrugada por los años, la frente igual, se remarcaba en pequeñas olas, donde una tibia gota de sudor zigzagueaba hasta el precipicio donde termina la frente, para luego resbalar rápidamente por la mejilla izquierda y dar un pare exabrupto en el mentón, que con su debido tiempo se dio la gana de amontonarse hasta rebosar por los finos hilos de la barba, hasta caer insoluble, engendradas, al suelo de un balde.
Con varias manchas muertas en el suelo, sobre las primeras gotas que caían, estas comenzaron a formar parte de un suelo más húmedo, y así, más líquido. No tenían esperanza de desbordar, ni de crecer por separadas, y obligadas a la fusión, se convirtieron en una unidad espesa y tangible.
Cuando el gigante dejó de traspirar, con el semblante dormilón, pero muy aburrido a la vez, miró al suelo. Y las vio. Agrupadas hasta la fusión, casualmente sobre su balde.
El dormilón supuso un riesgo grave, casi de muerte, el dejarlas vivirlas un minuto más. Temían que cobrara movimiento y salieran desde lo más hondo de la tina para ahogarlo cuando durmiera, que tomaran forma esférica y se quedaran en suspensión sobre su cama, en una esfericidad donde su cabeza no saliera de ella.
Se decidió por volcarlas al retrete y tirar la cadena, viéndolas marearse, transformándose con otra unidad del agua sucia del baño, dejar de ser ellas, y formar parte de otras ellas, y su todo, formar parte de un todo más absoluto, pero nunca definitivo. Y nunca sin detenerse a pensar, que ellas, fueron en algún tiempo, parte de su todo absoluto y definitivo.


Escrito por: Violinista (2010-12-20)


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