Cuentos: Debajo del metro de Nueva York


Lluvia ¡Hoy es un caudal del cielo! y
¿nada?…
Andrómeda; su tesoro yace eufórica.
Ambas se recrean corriendo sobre las
arcadas;
ríen junto al umbral infinito,
el cual confina el viento ario
posiblemente la aureola de
la mesura.
Sus pórticos y sus dinteles son de
mármoles;
los arcos son de oro y
amatista.
Al parecer en su patio la luna,
toma el color de Andrómeda y
en los lugares más contiguos
junto a las
mareas altas y los barcos se sienta.
Llena
hasta el fondo el mar crepitante y
vil.
¡Los oros de lluvia! son el amor;
su mayor miedo es dejar de sentirlo,
deshacer el lazo irrompible;
que la une al corazón de la
mujer que ama y besa.
Para unirse a un hombre soez y torpe,
juguete de sus propias fortalezas
toscas.
¡Suenan las puertas majestuosas
De la heredad! y el ardor ingrato
de las
teas, calienta la cara de piel rojiza,
bella
y sudada, tal vez propia del miedo y el
trastorno,
quizá de aquel dispuesto a forzar los
ánimos
de la mujer que ama y añora...
Algunas veces la pasión es ingrata, un poco
rara ¿es posible y
normal; profesar
misma pureza de emociones y de
claras
inquietudes por una mujer,
y que ella no
corresponda a uno y otro igual?
¡En cierto modo si, casi nunca
se obtiene
lo deseado en base a sentimientos!
¡El patio se ve asaltado por el hombre!
Sin juicio un poco perturbado y
borracho, con espada en mano; a
expensas
de ser rey patea una piedra y ordena
a lluvia mostrarse con su gracia,
sonrisa,
y sensualidad habitual, como si nada.
Ella en su cámara pulsa las cuerdas
de un laúd,
en tanto Andrómeda escapa sigilosa,
algo aterrada con sobresalto y la
incertidumbre prácticamente normal,
de lo que pasaría; instintiva
de los que
dejan atrás algo en contra de toda
voluntad; casi exigida sube hasta
una roca escarpada y de sombra
profunda;
dobla sus rodillas y usa el
pedrusco
como escondite del ejército y los
rugidos que profieren; helando la
sangre del que los escucha, en parte por
el eco y en gran medida por la
oscura
forma en que lo hacen; un poco
fastidioso
incapaz de ser dulcificado; ¡vil!
¡Lluvia hoy es un tesoro del cielo!
tesoro disputado sin ninguna
Cautela.
Ambas se recrearon corriendo en las
arcadas,
riendo junto al umbral infinito.
Pero las arcadas se han vuelto
caliginosas y
desprovistas de hermosura y estilo.
Al parecer los bramidos
del ejército y
sus misterios, son como la ola
marina la cual retumbando y
dando vuelta cae sobre otra ola, haciendo
que su resonancia sea mayor y cubra
los peñascos dos veces al día, ni
los bastimentos más grandes y pesados,
ni
el capitán más hábil, es capaz
de hacer
algo cuando el oleaje aumenta
su tamaño igual a la ola
Crepitante.
Vergonzosas orgías… son propuestas en las
las voces del regimiento y se le escapa
vilmente
de las manos a el rey, como la marejada
embravecida que no escucha razón;
la tropa irrumpe en el patio y toma
vilmente
a lluvia por la fuerza tratando de violarla.
El rey opta tomar su espadín,
acabar
con la vida de su amada, antes de que
ella sea impuesta por unos hombres
inclinados raramente
al desenfreno y descontrol.
De un modo terrible y
en desorden la escena
se torna gris;
el cuerpo es develado por la mañana
como un
cuadro sin vitalidad, desprovisto
de su luz habitual, carente de contrastes,
¡lúgubre!
De los brazos corre la sangre de
color púrpura mezclándose con
el agua de un río; trayendo ruina
a las tierras, inundaciones, perdidas
del cultivo,
destrucción de heredades casi
por doce
días y extrañamente nadie nota
relación,
entre la muerte y los aluviones.
Quedando sin provecho la “vendetta”.
En la vuelta de un río alguien
reclama el cuerpo de Lluvia que
fue a dar hasta ahí, sorteando
misteriosa
y casi sobrenatural los torrentes
que ella había provocado con su grande
furia; la persona en hacer
valido
el reclamo es un hombre
el cual alega que es suya,
y la trata como si aún estuviese con vida,
ciego
y engañándose, no suelta el
cuerpo y disputa contra sí mismo el
derecho de mantenerse estando en
el lugar...
¡Vil! manera de terminar viviendo.

Laurentien

“Los hombres inteligentes quieren aprender; los demás, enseñar”.
Anton Chejov

Yo el príncipe Laurentien me he privado de aproximarme a la costa, ya que mis enemigos aguardan por mí…inducidos por el agrado de censurar las orgías que se originan en mis heredades…
Sobre las extensas estepas de la antigua rompiente oeste de Escocia en los primeros días de la edad media, reposaba Dinevor, el castillo monstruoso.
Su torre cardinal de arquitectura gótica atravesaba el cielo hasta casi unos 200 metros. Procuraba la sensación de prácticamente caerse encima del que se le acercara. Dinevor parecía querer horrorizar y reducir al silencio. Estaba rodeado de jardines, y palacios a manera de compactos manojos de flores, los cuales en parte aderezaban su fulgor...

Disfrutaba el castillo asimismo de una enredadera en sus paredes podada y de unas florestas de pinos níveos en sus alrededores. Y de una fuente extensa de agua en sus jardines, con la escultura de un hipocampo emergiendo en el centro de sus profundidades.
Mis dominios y castillo fueron conocidos por mis invitados rincón a rincón y pulgada por pulgada en las célebres orgías que allí celebrábamos. Aún en la fuente se llevaron a cabo desenfrenos.
Pero mi reino tiene un término, el cual no es conocido, el límite de la apartada, oscura, gris, atmósfera del acantilado en brumas. Allí, como el vaivén marino, el viento ruge a través de los pilares basálticos de las grutas. Y los pinos oscilan de un lugar a otro con un bramar estentóreo. Y de sus raíces emanan, congelaciones. Y en sus copas se doblan, en un sueño, extrañas figuras similares a las gárgolas. Y en la cumbre de la escarpada roca, se oye un murmullo, tal vez de un felino incitando a ingresar entre los muros de su caverna. Pero yo le he permitido a la purpúrea Pascale mi amada ir a explorar las grutas. El arrullo es hermoso. Y aún entre los orfeones de palacio irrumpe su canto. Provoca una hipnosis en el que lo escucha…

Era de día, con el sol en el horizonte, y las nubes eran desplazadas por sus rayos. Y el orfeón y el arpa nos excitaban.
Y yo estaba dentro del castillo en mi aposento, y la brisa irrumpió por mi ventana. Y mi cara comenzó a sudar con una transpiración fría. Y mis manos trepidaron. Y mis ojos notaron como la hiedra prácticamente de la noche a la mañana comenzaba a expandirse hacia el centro del castillo. Y todo pareció existir en dirección a la hiedra. Y la hiedra era el centro de todo. En sus ramajes había una privación de algo que no alcancé a entender, y yo recorrí la habitación hasta adosarme a la orilla de las celosías, para ver mejor en la yedra. Pero no descubrí de qué se trataba. Y me marché del castillo a los eriales, y regresé a mi aposento al cabo de cuatro días y por casi cinco días cubierto por una cobija, prácticamente no dormí en pos de descifrar que privación podía haber en mi fortaleza. Y el polvo se extendió de sus caminos para dispersarse libremente por los aposentos del castillo. Y las esencias de los extintos que no alcanzaron reposo ocuparon Dinevor. Y miré hacia a lo alto y en lo bóveda de la fortificación había una figura suspendida en la corriente disfrazada de mujer, con una casi mortaja negra y olorosa a azufre, de brazos largos, grises y dedos pálidos terminados en garras. Y la aparición era alta y alargada y estaba cubierta con la mortaja. Y su semblante era el de una máscara con la forma de mi amada.
Resistí lo que pude… pero al cabo de unas horas abandoné el castillo. No recuerdo quienes siguieron conmigo y quienes tomaron nuevos rumbos… busqué a Pascale junto a los que se quedaron a mi lado y no la halle entre ellos. Y precavido por la imagen de la máscara. Recordé a Pascale y me compareció su imagen explorando acabada en las grutas. Eché un vistazo a los desazonados misterios del bosque, y al mitigado reino. Y me dirigí al acantilado, con mi vista en la luna. Pero al llegar tuve miedo y regrese al castillo con todos mis acompañantes. Y permanecí en Dinevor por algunos días más y expulsé a todos de mis heredades… y se fueron de mala gana y hablando escarnios de mi. Entonces me dirigí al acantilado con el propósito de encontrar a la purpúrea Pascale. Y al llegar me percate del grato abandono en el que había dejado el castillo y quise regresar. Pero entonces quizá perdí la noción del tiempo y de los días transcurridos. Y podía ver a Dinevor claramente desde donde me encontraba…

Y la hiedra proliferada cesó de prorrumpir y resquebrajar todo en mi catillo. Y lo hermoso de las florestas no se halló más. Y la fuente se llenó de hojas marchitas y las aguas se volvieron umbrosas. Y entonces emergió de las aguas marinas un casi monstruo, ser de cara humana de color azul oscuro. De la cintura hacia abajo tenía la forma de tritón y llevaba puesta una armadura de oro y en su cara ostentaba algunas escamas blancuzcas y entre sus brazos vigorosos ceñía de forma delicada el cuerpo de Pascale. La cual desplegaba hacia él suelo sus miembros inertes.

“El mar nos quita y también nos devuelve”

Y después de decir estas palabras dejó el cuerpo de mí amada en la costa y se sumergió de nuevo en el océano…y yo me dirigí a reclamar el cuerpo, aún con el conocimiento de que mis enemigos esperaban ocultos por mí.

Y entonces, el efecto del opio al parecer se termino y entendí en parte con amarga claridad mis circunstancias…

09/04/2010

¡Revendzela es ése planeta bermellón que se ve allí!- dijo Isaac cediéndome el telescopio- planeta de mares y sabanas. Se localiza más allá de la nebulosa de la laguna, cercano a la constelación de sagitario. Dichosamente ahí no hay calor. Pero donde el planeta se desarrolla es en sus collados, con elevaciones de hasta casi dieciocho kilómetros, diez mil metros más altos que el monte Everest y prolongaciones de tal vez doscientos veinticinco kilómetros. La atmósfera es quince veces más densa que la de la tierra, y oculta entre sus misterios al parecer ecosistemas y seres vivos.

Lo interesante del planeta es en parte cómo se fundaron ésos ecosistemas, y esos seres vivos, el desarrollo de su historia.

Kasiel, el dios de la Monarquía de los Atavismos. Posiblemente el primer dios del sur de la galaxia. El creador de los ecosistemas, y de la vida. Regía sobre todo espécimen que reptase.

Pero se indignó al ver como los organismos sobre los que gobernaba casi no eran equilibrados en sus corazones. Abrió los ojos, quizá por primera vez. Se puso de pie, y una espiración salió de su boca, expandiéndose por todo el bermellón de los socavones y colinas.

Después de descomponer a los seres vivos, pasó por su pectoral una espada, entonces saltó de su pecho un zafiro. Y a la sazón fraccionó la joya en doce mil quinientas veintitrés partes, y fundió un poco de sus huesos con los fragmentos. Y Creó doce mil quinientos veintitrés reyes.

Seguidamente les otorgo el derecho de vivir en Revendzela. Casi al instante forjó a las razas de nómadas, con pelaje similar al de los leones, del tamaño de los gigantes que existieron aquí en la tierra.

Esto le tomó tal vez mil doscientos diez años, después de crear los monarcas y los errantes, descompuso en parte sus ligamentos, piel, cabellos, los mezclo con su hálito y dio origen a nueva vida.

Los ligamentos formaron los bosques y las montañas, la piel el suelo, los cabellos el aire, el aliento la vida de los demás seres vivos.

Los nervios de la mano de Kasiel cayeron expuestos a la vista de todos los demás entes…

Pero ninguno de esos seres posiblemente antes oyó un grito como el que se escucho en Revendzela. El alarido del monarca lo traspasó todo, bañó con la sangre de sus nervios a prácticamente todo el planeta. La sangre se convirtió en los mares y en las aguas subterráneas. Tomó una fracción de su espíritu para crear al Aírytefao y otros tres monstruos, el Cuíeres, el Dpmilo, y el Sheral.

Los cuatro monstruos con sus casi bramidos apagaron la luz en el cielo del planeta Revendzela…

Los ojos y las alas de los cuatro monstros, casi no lograban distinguirse de entre las sombras dado que uno estaba al parecer al lado de la atmósfera, otro sobre la tierra y los otros dos en las aguas.

En ése preciso instante se vio descender por entre los montículos de las sabanas cercanas a las aguas, razas de nómadas. Por fuera de sus multitudes había al parecer desesperación, por dentro del celaje se oía cantos antiguos, oscuros.

Tomaron un monstro, el que se encontraba escondido en el polvo, y después de matarlo se lo comieron… a modo de quizá tener respuestas, dado que el rey nunca les habló. Algunos se rehusaron a consumir, pero los mayores los constriñeron, entonces los jóvenes cerraron los ojos y hundieron los colmillos en la carne, y fueron tal vez participes de la revelación.

El monarca termino sus días en el instinto adentro de la sangre de prácticamente todas las criaturas del planeta bermellón.

Vámonos a casa que la noche ya casi termina- me comento Isaac por último.

La otra casa

La gota horada la roca, no por su fuerza sino por su constancia.
Ovidio

Usted que en parte está al tanto del mal gusto que tengo por la lectura, sabrá quizá que desconozco la obra del escritor al cual haré referencia…

Ahí estaba la casa debajo de un éter oscuro, triste, silencioso, casi incapaz de ser afable.

La pintura en sus paredes era como un rollo de canela despegada, permitiendo así ver el fondo de piedra maciza.

El frente de la residencia evocaba desolación y sus ventanas desplegadas en arco, incitaban melancolía y un abundante sentimiento a desdicha. Desenterraban un recuerdo en mi el cual preferí en ese preciso momento no traer a la memoria.

Un fuerte y extraño hedor ceñía a la residencia como con un cinto de cilicio. El olor más parecido es quizá el humo del cigarro impregnado en una camisa sin lavar por mucho tiempo.

Prácticamente cada vez que visité como médico esa casa, la pestilencia parecía ir en aumento.

Por no decir que me invadía un temor, diré que lo pensaba para entrar en ella. Algunos vecinos quizá de forma precipitada decían que el dueño, el cual era mi paciente, había mandado hacer la residencia (cosa que iba un poco acorde con su temperamento) como una copia casi exacta, de la que se describe en el cuento: La Caída de la Casa Usher del escritor norteamericano: Edgar Allan Poe (del cual estoy seguro tu si habrás leído algo)

Tal vez producto de la curiosidad rodee el edificio por primera ocasión (en un año de acudir a ella) palpando, su áspera estructura. Me sentía un poco como cuando visité la penitenciaria de la capital, convertida luego en un museo.

Aquietando mí espíritu y dejándome llevar quizá por el encanto, examiné más de cerca el verdadero aspecto de la obra. Su apariencia parecía ser excesivamente pesada. El marchitamiento producido por el tiempo era grande.

La pintura de las paredes a la cual he aludido ya, daban la sensación en cierto modo de haberse deshojado más que despintado.

Empezaré refiriéndome (afortunadamente Wilder conoces la historia del cuento, y podrás recrear los lugares que iré describiendo) a la reproducción de una de las numerosas criptas del edificio, el cual fue el primer lugar al que acudí: ésta por lo que recuerdo era fría y de un tamaño pequeño y de ambiente triste, equipada con un candelabro el cual proyectaba una luz tenue.

La bóveda quedaba en una concavidad ajustadamente bajo la casa. Una enorme puerta de hierro se erguía al final de un extenso túnel rectangular de ladrillo.
Debo de confesar que después de abrir la puerta, me recosté en el suelo. Entonces ocupe mi tiempo en desvaríos. Me parecía percibir un leve olor a sangre. Me preguntaba los impulsos por los cuales un hombre habría construido algo así. ¡Hasta que entré tal vez en el hecho de la razón!… podría ser el simple y llano motivo de: “los días son pocos y muchos los problemas”. Repito eran meros desvaríos. Pero teóricamente a mí me parecían normales razonamientos.

Entonces me dejé caer en un profundo alivio como el que produce la morfina…
Con esto conseguí extender mi espíritu sobre la circunstancia que me rodeaba, como quien se relaja en una bañera con agua.
Haciendo poco a poco profundo silencio, llegó hasta mis oídos una canción la cual provenía al parecer de la casa vecina, colina arriba. Dos jóvenes bastante agitados cantaban algo así:

No entendí su forma de ser
Tan específica y cálida,
Era un hombre de fina tez,
Y sonrisa familiar,
Cuando canta agita sus manos
Al ritmo de re, fa, la,
Nunca entendí porqué me dejó de hablar
Como si no quisiera hacerlo.
Pero ayer no lo vi más
Con su sonrisa habitual,
Y gesto amable.

Y así continuaron sonando sus voces hasta que poco a poco dejaron de oírse…
Desde que terminaron de cantar los jóvenes, hasta que percibí el tiempo que había transcurrido, pasó quizá una hora. Y ya mucho más claro de mente, comencé a dirigirme hacia el final del túnel. Salí de la cripta aferrándome a los ladrillos. Encontré la salida más clara de lo que me imaginaba. Ya que no se veía tan sombrío el húmedo pasillo, como resultado en parte de que los ojos se iban acostumbrando a la oscuridad.
Con paso lento, largo y en silencio, avancé a hacia la casa rodeándola nuevamente. Caminando sobre el suave jardín.

Varios pasadizos intrincados, (los cuales conocía ya de memoria) me llevaron hasta uno de los cuartos principales. Los oscuros tapices de las paredes de los pasadizos, que circundaban el paso rumbo a las habitaciones, y los altos cielorrasos que parecían mirarme especialmente esa noche causaron en mí una sensación de melancolía. Poco a poco entré en la habitación de mi derecha. La cual es grande y tan alta como los cielorrasos del pórtico (la conozco casi de memoria). Tiene ventanas largas y afinadas y techado delicadamente esculpido. El moblaje de la habitación es de unos paños negros y gastados y de un piso de color tostado parecido al ébano. Sobre el cual se hallaban ese día en particular, unos fragmentitos de un olor muy parecido al aserrín. Todos los demás muebles probablemente habían sido sacados del lugar.
Un aire de profunda soledad en ese preciso instante, pareció colarse por una de las ventanas entornadas.

Esto y la poca luz que se filtraba por las altas ventanas (lo cual es normal) me hizo acercarme a las paredes, para verlas más detalladamente y quizá para no sentirme tan solo. Por lo que recuerdo pasando la mano derecha por la pared, me percaté de que un larguero en la parte que no tenía ese oscuro tapiz parecía estar mal clavado. Tirando un poco fuerte de él, logré en parte sacarlo de su lugar, encontrándome con una caja rectangular con grabados que decían: “Nie otwierac, jesli uzytkownik jest delikatne zoladka". La cual al parecer no guardaba nada de importancia… Abriéndola, y revisando entre sus hojas amarillentas encontré un dibujo. Que a simple vista daba la impresión de ser un grabado de valor artístico; pero advirtiéndolo más detalladamente y leyendo al pie del mismo un apunte que decía: “La polea de los Báthory” me percaté que se trataba de algo más allá… “Haciendo las veces de restaurador del pasado me perdí por los oscuros caminos del tiempo” y observé con detenimiento, las hojas una y otra vez. En parte por el terror que me provocaban.

Lo que a primera vista parecía un grabado artístico eran casi unos planos caseros de un mecanismo de tortura, conocido como strappado (garrucha) en español. El cual consistía en izar a las víctimas con las manos atadas a la espalda, mediante una polea ubicada en el techo y un peso adicional colgado de los pies. Y luego dejarla caer sin que alcanzara a tocar el suelo. Provocando en la desafortunada víctima luxación de las extremidades superiores. Para posiblemente luego pasarla, (a otro juguetito) al toro de Falaris. El cual era la figura de un toro hueca en su interior, con una enorme compuerta en el costado y acomodada sobre una hoguera. Introducían a la víctima y los gritos de esta salían por la boca del toro, dando la sensación de que la figura bramaba.

Si bien es de casi todos conocido que estas máquinas de tortura eran utilizadas por la inquisición. Lo escalofriante tal vez era los apuntes que hacían al pie de cada página (los hermanos Frederick e Isabel) sobre sus víctimas. Por lo que recuerdo uno de los extractos decía así:

Isabel “paseábamos la noche del lunes en nuestro carruaje, buscando alguna mujer desprevenida o un hombre inmaduro. Asomándome por la ventana vi a una joven que caminaba con paso distraído por una de las calles.
Casi sin pensarlo me bajé del coche caminando en cuatro patas. Con la espalda arqueada como lo hacen los gatos. La expresión de la mujer, fue de parálisis”.

Frederick “dejé varios cuerpos agrupados y luego disfruté pasar por esos sitios y pensar en lo que había hecho”.

Al leer esto la curiosidad me impulsó a seguir leyendo; prácticamente no podía detenerme y una y otra vez repasé las maquinaciones de estos dos hermanos. La frialdad y el alto grado de conocimiento que tenían de la medicina, me dejó impresionado. Pero no de esa forma tal vez poética con la que se recibe en el seno los relatos de casos extraños. Sino más bien de un modo apesadumbrado, en ver como usaban los métodos de cirugía para perjudicar a las víctimas.
Detallaban como hacían un corte que en apariencia era superficial, pero que llegaba hasta los órganos internos principales…
Avanzando por las páginas encontré una hoja que al parecer había pasado desapercibida de mis ojos. Desplegándola leí algo que me hizo saltar de temor. Decía así:

No entendí su forma de ser
Tan específica y cálida,
Era un hombre de fina tez,
Y sonrisa familiar,
Cuando canta agita sus manos
Al ritmo de re, fa, la,
Nunca entendí porqué me dejó de hablar
Como si no quisiera hacerlo.
Pero ayer no lo vi más
Con su sonrisa habitual
Y gesto amable.

En ese preciso instante comprendí que el carruaje y otros términos al parecer antiguos eran simplemente un trato poético a sus fechorías. Pero eran asesinos contemporáneos… ¡los jóvenes que había escuchado!

Un poco intranquilo abandoné la residencia. Y al salir por los enormes portones de la propiedad volví mí vista hacia ella… y entonces cada sentido en mí se rebeló; ahí estaba la joven Isabel en una de las altas ventanas de la casa, la cual aún se encontraba debajo de un éter oscuro, triste, silencioso, casi incapaz de ser afable; el cual parecía cobijarla.
Fin
23/02/2010


Escrito por: Rubinska (2010-06-24)


Ranking: 0.0/0


1 Violinista  
0
Sobre: Laurentien

Tuve la sensación de leer una prosa, bastante compleja a decir verdad.
El texto como comienzo, es excelente, sin embargo, también pesado. Sobre la temática, al menos la primera parte, es interesante; por la forma en que esta escrito. Todavía aun me queda el sabor riquísimo del lenguaje.

Un placer leer esta partitura, Seguiré cuando tenga más tiempo

Suerte ché






Copyright HistorieSense © 2024