Impostor


Leyendo las notas descubro las repetidas visitas que a mis espaldas han tenido en secreto. El detective ha redactado un exhaustivo y detallado reporte minuto a minuto de cada uno de sus movimientos. No puedo creer la cantidad de veces que he sido tan ciega como para no darme cuenta de lo que en realidad estaban tramando.

Guardo en el cajón, bajo llave, el informe con manos temblorosas. Un acaloramiento aflora en mi cara enrojeciendo mis mejillas delatadoramente. Respiro hondo tratando de esconder los nervios que se han despertado tras mi nuevo descubrimiento. Atusándome la falda me preparo a salir del despacho, intentando parecer lo más tranquila posible. Con la determinación de continuar con lo que tenía planeado, a pesar de parecerme una barbaridad, tengo que hacerlo. Después de lo visto no puedo quedarme parada.

Fuera me cruzo con Bibi, que mascando chicle me espera sentada en el sillón con una pierna sobre el brazo.

-¿Qué haces aquí? –le pregunto con desdén a la recién llegada que sin inmutarse continúa con la mirada distante – ¡Ahora no tengo tiempo! –le insto, necesito salir a la calle cuanto antes. Además todavía no he tomado la decisión final.

-Pos te acompaño –y dándole igual mi desprecio se pega a mí.

Fuera el sol me ciega los ojos, ayudando a dejar salir las lágrimas que había conseguido reprimir hasta entonces.

-¿Qué te pasa? –me pregunta Bibi con sequedad mientras saca un cigarrillo del bolso –¿Es que te vas a poner a llorar? –interpela con la frente arrugada en un peculiar gesto.

- No te preocupes –le contesto con indiferencia, esquivando su interrogativa mirada– es que se me ha metido algo en el ojo.

-¡Ah bueno! –encendiéndose el cigarro chupa una profunda calada, echándome una nube de humo directa a la cara.

Dando manotazos al aire espanto la humareda mientras toso como una descosida. Bibi me mira con el labio fruncido, sujetando fuertemente el cigarro entre sus dedos.

-Bueno, hablemos de la pasta que te va a costar–arremete mientras el cigarro sigue consumiéndose entre sus labios.

-Eh… dinero –no me esperaba que empezara tan temprano, por lo menos no antes de que me hubiera dado tiempo a tener más clara mi intención –no hace falta que hablemos de eso ahora –trato de zanjar por el momento con una asustada sonrisa.

-No, ahora es perfectiiiiiisimo momento –intercepta en tono burlesco.

-Bueno, dime la cantidad –no me queda otra que ceder.

-Medio kilo ahora, y el resto al acabar –me sorprende la frialdad que muestran sus palabras. Sabe que no dispongo de tanto.

-De acuerdo –acepto sin saber de dónde voy a sacar semejante cuantía. Aceptando a su vez el destino que lanzo a pesar de mis dudas.

Bibi sonriendo victoriosa gira sobre sus talones dejándome sola, por fin.

Camino sin descanso tratando de despejar de mi cabeza la imagen de la traición. Buscando una explicación coherente a su trama. Pero por muchas vueltas que le doy no consigo a entender cómo han sido capaces de actuar tan calculadoramente. Además tengo que idear la forma de escabullirme de Bibi, nunca debí aceptar el trato. Nunca dejaría que me marchara sin cobrar las cuentas pendientes. Cuando le pedí el trabajo no pensé las consecuencias que traería con el futuro, y ahora estoy acorralada por ambos frentes, no aceptará una negativa con el plan tan avanzado. ¿Qué puedo hacer? Estoy agotada física y psicológicamente, la vida me está ganando el pulso. Quizá tengan razón cuando dijeron que terminaría pagando las consecuencias de mis actos. Pero entonces no lo veía con tanta claridad, ahora sin embargo está tan nítido en mi mente que me culpabilizo de no haber hecho algo antes.

Al cabo de un rato me doy cuenta que he estado andando sin sentido la última media hora, me encuentro en el otro lado de la ciudad, pero no recuerdo cómo he llegado hasta allí. Es como si hubiera estado flotando con la mente nublada, sin reconocer ni un solo detalle hasta entonces. Decido coger un taxi para volver a casa. Solamente pienso en el motivo que me hizo querer salir a la calle, y cada vez que lo pienso revivo el dolor de la traición con la misma intensidad.

El taxista casi no me ha mirado a la cara al entrar, <<pues se va a quedar sin propina por mal educado>>. Estoy tan cansada que el paseo en taxi lo hago con los ojos cerrados bajo la palma de mi mano, me molesta hasta la oscuridad, y la presencia del desagradable conductor.

Llegando a casa le pido que pare una calle antes, no quiero que nadie me vea bajar por miedo a que piensen que malgasto la herencia familiar en caprichos. Últimamente las discusiones con mis hermanos nacen de las mayores necedades.

-Son quince con cincuenta –suelta muy secamente nada más pisar el freno.

Pago sin siquiera darle las gracias ni decirle adiós. No se puede ser más grosero en la vida.

Al salir del taxi me percato del olor a rancio que había en el interior, huelo por encima del cuello de la camisa y me repugna el asco subiéndome una arcada a la boca.

Soplando y respirando hondo para aliviar la angustia, veo unas luces de sirenas en mi calle. Acelerando el paso me acerco llena de curiosidad en cuanto me doy cuenta que están justo en frente de la puerta de mi casa.

-¿Qué ha ocurrido? –pregunto a una vecina que asoma el pescuezo por encima de las cabezas para no perderse detalle.

-Pues parece que han matao a alguien –me contesta sin girar la cabeza –parece que la culpable es… –al mirarme se queda muda sin saber qué decir entonces. Golpeando del brazo a otra vecina que estaba de pie a su lado me miran expectantes como si estuvieran contemplando la pantalla de un cine, ambas con la boca abierta.

-Señorita, tiene que acompañarnos –un policía con semblante serio me agarra por el codo empujándome fuera del corro de fisgones.

-¿Pero…? ¿yo qué he hecho…? –nadie contesta a mis preguntas, me introducen dentro del coche policial sin darme la más mínima explicación. Mis vecinos, aspirando toda la conversación y alimentándose con el chismorreo, comienzan a cuchichear entre ellos señalándome con el dedo.

En comisaría me llevan sin esposas, al parecer por gentileza del jefe de policía íntimo amigo de mi hermano, a lo largo del extenso pasillo mientras otros presos me chillan obscenidades mientras se restriegan la entrepierna soezmente.

Abren la puerta de una sala fría y oscura dejando ver en su interior, sentado al otro lado de la mesa, a un hombre trajeado y con cara de no querer darme la más mínima oportunidad de demostrar mi inocencia, de algo que todavía ni se han molestado en notificarme.

-Siéntese –me dice casi sin abrir la boca en una fina y larga línea en sus labios. Obedezco todavía turbada por cómo se ha tornado el día –Mire estas fotografías –me enseña unas fotos donde el cuerpo de una mujer está tirado de espaldas contra el suelo, envuelta en un manto de sangre con varios cuchillazos en la espalda. La imagen me repugna tanto que esquivo la mirada en una mueca de disgusto –Mírelas atentamente, ¿reconoce a la víctima? –vuelvo a mirarlas sin mucho detalle, no aguanto el sanguinario escenario.

Observando el cabello de la mujer comienzan a llegarme recientes imágenes a mi cabeza, no hacía mucho había visto aquella cabeza, me resultaba muy familiar pero era incapaz de situar en mi mente el cuerpo correspondiente. Cuando comienzo a cambiar la mirada, el hombre se percata que estoy empezando a recordar, y sacando otra instantánea de la carpeta me la sitúa de frente obligándome a saltar contra la pared. No puede ser, la silueta de la mujer asesinada brutalmente me penetra en las córneas sin dejar esquivar la repugnancia y el aturdimiento que está causando en mí. Si hacía un rato había estado hablando con ella y se había marchado con el mismo tono desagradable que siempre ha utilizado conmigo. En la foto los criminólogos debieron dar la vuelta al cuerpo para fotografiarlo por ambos lados y los ojos de Bibi me miraban sin ver, culpándome de su terrible final. Entonces, si me han detenido es porque deben de pensar que yo soy… ¡oh, no!

-¡Soy inocente! –grito con todas mis fuerzas –yo no he hecho nada –lloro sin consuelo, me siento sobre el duro suelo abrazándome las piernas contra el pecho.

El hombre se pone en pie y se acerca con paso lento y firme hasta donde estoy situada, con la foto todavía en la mano, mostrándomela.

-¿Sabía que sólo un culpable contestaría como usted lo ha hecho? –pregunta como si creyera que estuviera en posesión la verdad, sin hacerme una sola pregunta por intentar averiguar lo sucedido. Me ha juzgado sin siquiera haber escuchado una sola palabra mía.

Un policía uniformado me saca de la sala de interrogatorios para llevarme a una diminuta celda en la planta subterránea.

Tras escasos minutos dentro de la celda comienzo a marearme y sentir unas incontrolables ganas de vomitar. La claustrofobia comienza a agobiarme metida en aquel habitáculo, las paredes comienzan a estrecharse robándome todo el oxigeno. Casi no puedo respirar y arrodillada hiperventilo con mucho esfuerzo.

-¡Abran la puerta! –grita el mismo policía que me había llevado hasta allí a su compañero –¡Abran! –pero la puerta no se abre.

La sombra de alguien se aproxima hasta donde está el policía. Dándole unos toques en el hombro le indica que se vaya, sin abrir la boca. El policía obedece de inmediato.

-Paula –dice el dueño de la sombra con su sonora y grave voz –Paula, relájate, los dos sabemos que no tienes claustrofobia. Simplemente tienes miedo porque sabes que te han descubierto.

-¿Por qué haces esto? –le pregunto a mi hermano, suplicante.

-Yo no te estoy haciendo nada, tú has sido quien ha asesinado a Bibi –lamiéndose con la lengua el labio superior en un gesto arrogante me mira por encima de las barreras de la celda –dime sólo una cosa, ¿cuánto te pidió por mi asesinato?

-Yo no… –me quedo estupefacta –yo no le pedí nada de eso –pero la verdad no se puede esconder tras mis palabras y el labio comienza a temblarme.

-Ya –contesta con una medio sonrisa –y ahora di que tampoco la asesinaste –parecía muy seguro de su respuesta, como si estuviera completamente seguro de su afirmación.

-Yo no la maté, Aaron, no me hagas esto –contesto de la manera más relajada que consigo aparentar.

-¿Entonces por qué hay testigos que te vieron hacerlo?

-¿Testigos? –pregunto con irritación. Es imposible que hubiera testigos.

-Por favor Paula, a mí no hace falta que me engañes, guarda tus mentiras para el juicio –tomando un largo suspiro da media vuelta sin despedirse.

Alejándose de mi presencia, abandonándome.

Aaron sale de la comisaría con la espalda recta y la mirada fría. Se acerca a un coche y se para esperando a que el conductor desbloquee el cierre, mientras contempla su reflejo en el cristal de la ventanilla. Se peina con los dedos el cabello muy meticulosamente y se tira un beso a sí mismo mientras abre la puerta.

-¿Cómo ha ido? –pregunta la mujer que hay detrás del volante mientras Aaron se sienta a su lado.

-Tal y como esperábamos –Aaron le brinda una sonrisa triunfal, la mujer corresponde a la sonrisa

-Nunca creí que tu amigo policía terminara accediendo.

-La verdad que yo tampoco. Ahora que lo mío me ha costado –Aaron sacó del bolsillo interno de la chaqueta una pitillera de plata para disfrutar de su puro de la venganza –Ahora que yo tampoco creí que fueras capaz de engañar a aquel detectivucho –comentó con desprecio –tuvimos suerte de que no nos delatara.

-Marchémonos, nos está esperando –la mujer, tras abrocharse el cinturón, introdujo las llaves en la ranura.

- Si nuestro padre levantara la cabeza… –comenta Aaron mirando al cielo, con sorna.

-Se la volveríamos a agachar.

El coche arranca crujiendo el motor en un repiqueteo sibilino. Se alejan calle abajo, con los dos ocupantes riendo a carcajada limpia en su interior.




Escrito por: Donocoe (2010-06-30)


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Una narración interesante que lo le falta nada





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