Nacimiento


No hace mucho que por esa ventana esperaba a la matrona bajar la cuesta. Caminaba en círculos con la mano sujetando el bajo vientre, con la cara empapada de sudor. Habían pasado varias horas desde que su marido había salido a buscarla. La congoja de la inexperiencia comenzaba a aplacar los buenos ánimos que había conseguido conservar durante todo el día, hasta que los punzantes dolores le obligaron a retorcerse en un comprimido gesto. La larga espera y el miedo a lo desconocido minaban su ya escasa resistencia. Cuando a punto de regresar a la cama descubrió unas sombras aparecer en lo alto de la colina botó en un incontrolable salto.

La matrona entró por la puerta con su marido, que con mirada acobardada se dejaba llevar a lo largo de la habitación.

Metió las manos bajo la sábana y hurgó con célebres movimientos hasta encontrar al pequeño, que atascado, se negaba a ver la luz. Cuando la sangre emanó manchó las sábanas y el colchón bajo sus caderas. Hizo que el hombre, que había comenzado a chillar, saliera y le dejase hacer. Pero el hombre, de rodillas a los pies de la cama, se negó a salir de la habitación, no podía abandonar a la mujer que llevaba lo que más amaba bajo su abultada tripa. Sin tiempo para la discusión regresó al lado de la que aullaba con garganta desgarrada.

Aunque no era la primera vez que había visto semejante escena no podía evitar sentir cada vez el terror del descontrol y la fina cuerda sobre la que bailaba la vida de dos personas en un ser. Con el marido al otro lado y la mujer tumbada en una contrita esperanza, se aceleró en sacar al tierno retoño, que se negaba a facilitar su labor.

Cuando la sangre se turbó neguzca el hombre no aguantó tanta repulsión y salió para tomar el aire, su mujer palidecía cada vez que contemplaba sus ojos enturbiados por las lágrimas mirar en su dirección. Con la puerta como barrera, apoyando la oreja para escuchar cualquier mínimo sonido que sucediera en la habitación, deseó con todas sus fuerzas oír de una vez el llanto que indicara el final de la incertidumbre. Con la respiración contenida y las lágrimas en las comisuras, en un silencioso rezo, esperó inmóvil.

Cuando el agudo chillido del recién nacido inundó la sala, el hombre entró estremecido empujado por la emoción. Su mujer, tumbada en la misma posición, sujetaba entre sus brazos bajo una manta ensangrentada a la criatura más tierna que jamás hubieron contemplado antes sus ancianos ojos. La sonrisa de su mujer mostraba una apocada sonrisa torcida por el agotamiento.

Escrito por: Donocoe (2010-06-28)


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1 Violinista  
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creaste un suspense, me gustó.

2 Donocoe  
0
Gracias





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