Otra historia más de judíos


Hace ya tiempo que aquí nadie cree en los milagros. Hace tiempo que los cuerpos comienzan a amontonarse en la calzada y que nadie se atreve a abrir las ventanas, ocultándose bajo la ignorancia de lo que realmente ocurre a sus vecinos.
Una masa de uniformes apunta con sus fusiles a los resquicios de los que asomados pretenden curiosear. Recorren las calles, inexpresivos, mostrando un valor que desaparece cada noche entre los brazos de sus decepcionadas madres.

Una mujer besa su colgante mientras reza en silencio porque regresen los días en los que las risas rebotaban contra las grises paredes.
-Tengo hambre…
-Calla hijo mío, y deja de asomarte.
Empujando la pequeña cabeza bajo la áspera manta, ahoga el llanto roto que nace de su garganta, disimulando el temblor de sus manos mientras aprieta las de su pequeño con tanta fuerza como puede, cuando en realidad, conocedora de las últimas noticias, siente el miedo al igual que el que con ojos llorosos levanta la mirada bajo una gruesa arruga del manto. A pesar de saber que es imposible aguantar mucho tiempo bajo aquella pútrida tela que le cubre. Tragándose una bola de repudio, muestra una sonrisa bañada con secas lágrimas, insistiendo en volver a meterle para aprovechar a mirar de nuevo por la rendija de la puerta.
<<¿Cuándo regresará?>> el nerviosismo de la espera comienza a desesperarle, no sabe cuánto más aguantará allí escondida. Cada ruido del exterior le hace pegar un brinco y dirigir a ambos al rincón más oscuro.
Zafándose con celeridad bajo el hueco de la escalera, con el niño a sus espaldas, aguarda en silencio.
-Si sigues callado cuando salgamos te compro una onza de chocolate ¬– promete despertando la ingenua alegría del chico.
Callándose que quizá nunca consiga cumplirla.
El niño cerró la boca con tantas fuerzas que los labios dibujaron una fina y apretada línea, la idea de saborear el derretido dulce sobre su lengua hace que los segundos pasen más animados. Seguro que su hermana se moría de envidia cuando se enterara.
-¿Cuándo regresará Anna? –pregunta al pensar en todo el tiempo que hacía que su hermana había salido a unos recados.
Pero su pregunta nunca fue respondida. Su madre miró sin ver al fondo de la habitación, enmudecida, controlando las lágrimas que desvelarían lo que no quería revelar, aún.
El pequeño pronto regresa a sus pensamientos, a los tonos azucarados del chocolate, disfrutando del placer de no saber.

Un reluciente fusil asoma adentrándose en la estancia sin avisar. Mujer e hijo se echan contra la pared, guarecidos en la tenebrosidad que ingenuamente creen les ofrece una inventada seguridad.
El hombre desde el marco espera cualquier signo de respuesta. Adentrándose lentamente escucha el sosiego, prudente. Girando los talones se produce un agudo sonido de la piel grasienta de las botas restregándose una con la otra. Madre e hijo aguantan la respiración, habiendo ensayado el niño durante tantas veces cumple fielmente con lo que su madre le había pedido. Pero ella sabe que la torpeza improvisada del pequeño no ha sido como esperaba en realidad.
La sombra grisácea se acerca con paso firme y decidido, con el cañón abriendo el camino hasta la asustada masa que tirita acurrucada sobre el suelo.
El niño intenta levantar la mirada y contemplar el impasible porte del que apunta en su dirección, pero su madre empuja con fuerza la mejilla contra su pecho, alargando la ingenuidad de su hijo a lo que sabe que va a ocurrir.
El hombre sonríe con helada frialdad, apoyando fuertemente el fusil contra el hombro izquierdo pronuncia unas palabras en otro idioma.
Un grito estrangulado en el exterior detiene al hombre justo cuando su dedo roza el borde del gatillo. El ondulado pelo oscuro de Anna se ondea con el viento, que hace que la puerta se cierre a su espalda, encerrándola sin darle oportunidad de dar marcha atrás. Sus mentes se llenan del olor de la pólvora.

Tras el estruendo los ojos del niño aún continúan cerrados, con la esperanza de despertar de aquella pesadilla. Cuando los abre observa el cuerpo de su madre tirado sobre el suelo entre el hombre y su hermana, quien aún en pie se ha quedado paralizada ante semejante escena.
La estrella amarilla de la chaqueta se tiñe del sanguinolento color carmín, formando un surco en el suelo. Corre a su lado para abrazarla, aún está caliente, casi puede sentir el último latido, hasta despedirse para siempre.


Escrito por: Donocoe (2010-06-28)


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1 Stick  
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Por que ese final, quería que viviera…
Me has enterrado vivo en la historia. Buen texto
Un saludo

2 Donocoe  
0
Hola Stick!
El texto es tan triste como lo ocurrido en la realidad... siento que sea triste...
sé que hay ya muchos textos donde hablan de lo mismo, pero este es un tema que no me gustaría que se olvidara y seguiré leyendo y escribiendo sobre ello, porque fue tan espantoso que no puede pasarle nada peor que perderse en el desconocimiento...
Muchas gracias por tu comentario!





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