Pacto con la muerte


Un salado hilo de sudor baja por la frente hasta llegar a la mejilla. Las manos me tiemblan tanto que no soy capaz de sujetar con fuerza el cuchillo, aprieto el mango tan fuerte que parece como si ya no sintiera el tacto bajo mi palma. Camino más rápido de lo que en realidad debería, la gente podría comenzar a sospechar de mi extraña conducta.

El reflejo que veo de mí mismo sobre el cristal del escaparate me da una visión distorsionada de lo que una vez fui. Ya no reconozco a los ojos que me contemplan desde el otro lado.

Al final de la calle veo el cuerpo que se supone que tengo que matar, o mejor dicho, el alma que debo eliminar. No sé si podré volver a hacerlo, es imposible acostumbrarse a esto.

No debí aceptar el trato. ¿Pero qué otra cosa podría haber hecho? En el poco tiempo que tuve para elegir no cabía espacio para la indecisión, era ella o todos aquellos que se merecían morir, pensé entonces. En aquel momento parecía algo tan lógico que ahora dudo si no tuvo alguna influencia sobre mi voluntad. Porque me niego a reconocer que no pensara ni por un momento en las consecuencias de una cumplir semejante trato. Quizá no imaginé la vida que me esperaría, pasarme noche tras noche arrebatando con mis propias manos su vida, así hasta zanjar la deuda. ¿Cuántas almas eran? Creo que cincuenta. Cincuenta supuestos delincuentes que merecen castigo.

Pero ahora, de pie frente a aquella tienda de ultramarinos, dudo que esta vez sea capaz de terminar con el plan. ¡Dios, se suponía que debía ser algo sumamente sencillo! Llegar, rajarle el pecho y arrancarle el corazón como prueba de mi obediencia. Pero no puse rostro a esas cincuenta almas, cuyos ojos ven mi enloquecida cara mientras le atraviesan el pecho como a un animal.

Una mujer de mediana edad, con rostro cristalino y cuerpo menudo, espera en la parada del autobús con la mirada perdida en la nada, sumergida en sus propios pensamientos, ajena a lo que le espera. Aún no entiendo cómo es posible que aquella mujer hubiera podido ser capaz de cometer ningún crimen. Según me dijo la “muerte”, si es que se le puede llamar así, desahoga su frustración de frustrada divorciada sobre la espalda de su hijo de ocho años. Y si algún día me confundo de lugar o de fecha? No me lo perdonaría nunca. Eso sería aberrante.

La mujer camina en círculos, al parecer agotada de la espera. El autobús debe de llegar con retraso. Tras esconder el cuchillo debajo de la americana me acerco a ella por la espalda, sentándome en el estrecho banco de la parada. Alerta al momento en que sea más seguro para mi propia integridad, nadie puede ser testigo de mi delito. Se percata de mi presencia y da un pequeño salto, asustada por verme allí.

-Buenas noches –me dice con una amplia y afable sonrisa.

-Buenas… noches –el primer consejo que me dio fue precisamente no entrar en contacto con los delincuentes.

-Me ha asustado, ¿sabe? –comienza a charlar más tranquila después del pequeño susto –hoy en día una no se puede fiar de nadie…

Miro para otro lado, esperando que no continúe hablando. No me gusta que me miren mientras me acerco a ellos. Pero la mujer sigue y sigue, aburrida de haberse pasado el día entero sin abrir la boca. Me pongo en pie de un sobresalto y me acerco a ella en un agitado tambaleo.

-¿Qué es lo que está haciendo? –pregunta con gesto desencajado.

Pero no contesto, debo acabar cuanto antes. Descubro el cuchillo de detrás de la chaqueta y lo izo amenazante. La mujer lanza un agudo chillido que se escucha a lo largo de toda la calle. Me estremezco, alguien ha podido oírla. Torpemente clavo el cuchillo sobre su garganta para hacerla callar. Un borbotón de brillante y gelatinosa sangre mancha su blanca camisa, delatando el crimen que acabo de cometer. Cae al suelo sin control, produciendo un sordo golpe al chocar contra la columna de la parada. Arranco el cuchillo mirando a ambos lados, con la esperanza de que nadie haya visto lo ocurrido. No consigo dominar los nervios que se apoderan de mí, el cuerpo retiembla en sucesivas sacudidas.

Ahora ha llegado el momento de sacarle el corazón. De rodillas frente al cuerpo escondo su cara con mi chaqueta, no aguanto que me observen mientras le robo su alma. Clavo con un rápido movimiento el cuchillo sobre su esternón, está más duro de lo que había pensado, creí que al ser una mujer delgada sería más fino que el del tipo de la noche anterior. El cuchillo no ha traspasado totalmente el hueso y tengo que volver a asestar un nuevo golpe. Las costillas se quebrantan en pequeños trozos, dejando el pecho hundido. Las manos me chorrean con su sangre. El corazón aún tiene aspecto de seguir latiendo, conectado todavía a las venas y arterias.

Con el “trofeo” en una mano y el cuchillo en la otra, abandono la parada de autobús olvidando allí el cuerpo de la mujer. Quiero llegar cuanto antes al lugar acordado. La “muerte” debe estar esperando desde hacer un buen rato.

Busco en todas direcciones, pero no se ve muestra de ella por ningún lado. No es posible que no esté, nunca ha fallado a ninguna de las citas. Me siento en la acera, desconcertado. Me sujeto la frente con la mano, mirando el corazón que he plantado sobre la carretera. Aún me parece que ver el constante latido bajo el pecho de aquella mujer, si no fuera porque han sido mis manos las que lo han despojado.

La hoja de un periódico flota sobre el aire de la alcantarilla delante de mis narices. Avanza en una delicada onda hasta dar en mis narices, como si hubiera sido enviado por una mano imaginaria. Me lo quito con desgana de la cara, hago una bola del papel y lo tiro al suelo.

De pronto mis ojos se posan sobre el arrugado titular, casi no se puede leer lo que pone.

-¿Cómo? –grito con voz ahogada.

Tiro a un lado el corazón para coger con las dos manos la hoja de periódico que acabo de lanzar. Desenrollo la bola con un temblor mayor al que no he podido evitar en toda la noche. Aliso como puedo la hoja para ver bien de cerca la esquina superior.

-No puede ser…

Agarro el cuchillo que aún descansa a mi lado para luego hincarlo sobre mi pecho. Un dolor insoportable, que nunca había llegado a imaginar me atraviesa, hace que me caiga de espaldas. Y antes de que pudiera lanzar un gemido de angustia, la visión comienza a convertirse en una borrosa imagen que va despareciendo a cada segundo.

Y de pronto la veo allí, la muerte frente a mí. No ha faltado a su cita.

Escrito por: Donocoe (2010-06-28)


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1 Stick  
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Me parece un texto fascinante, sobrepone la duda del papel, es cierto; pero eso ya queda a la mente del lector.

2 Violinista  
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Yo creo que el papel anunciaba que ella era la siguiente. Pero no me cierra como razón válida para suicidarse.

3 Donocoe  
0
en mis principios como escritora relataba textos de intriga en los que el final se quedara abierto a la imaginación del lector, como ocurre en este caso, después como habréis leído en otras entradas experimenté con otros géneros como el drama o la ficción, pero siempre he sentido un especial cariño al género de suspense.
En este relato quería que el lector se preguntase precisamente qué pudo ser lo que leyó en el periódico. De momento no quiero decir más para no estropear el final a aquellas personas que todavía no lo hayan leído.
Muchas gracias por vuestros comentarios.

4 robles  
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Por un momento me desconecto la historia. Excelente





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