Primeros días en la ceguera


Cuando te despiertas y no ves más que una agotada esperanza de no superar el día, esperas que el destino sea más valiente y acabe con el sufrimiento de una vez.
Cuando todo pierde sentido y no hay nada que te arranque la sonrisa, el muro de desesperación no te deja ver más allá de querer acabar con todo.
Pero por mucho que el ser humano se resista y no entienda los caprichos que va dando a cada uno, intenta encontrar el sentido de su misión en esta tierra llena de amargura.

La oscuridad que me rodea, incluso tras levantar las persianas, me inunda en un mundo abstracto y vacilante.
Arrastro las manos a lo largo de la mesilla y aprieto el botón del reloj, insegura de cada movimiento que hago.
<<Las siete horas once minutos>>
El sol ya debe de haber despuntado, o no, confío en que no se haya vuelto a estropear. Apoyo los pies contra el suelo tan firmemente como mi valor me lo permite. Con la punta de los dedos de los pies busco el agujero de las zapatillas para calzarme, sin conseguirlo, otro día más me dirijo al baño descalza. La desesperación vuelve a ganar.
El suelo está muy frío, otra vez programé mal la calefacción. Avanzo con pasos torpes y cortos hasta el otro lado de la habitación y palpando el radiador compruebo que efectivamente no funciona, estaba tan frío que a través de las yemas un escalofrío recorre todo el brazo erizándome los pelos. Llevando la mano hasta el lateral giro la ruleta en dirección de las agujas del reloj hasta el tope. Escucho un ligero clic, imagino que debe ser el sonido indicador de que el piloto se acababa de encender.
Abandono la habitación para encaminarme al baño, siempre con pasos lentos e inseguros, todavía puedo notar el ligero abultamiento en la frente debido a la última vez que intenté salir por la puerta creyendo que estaba abierta del todo. Desde entonces procuro poner el pie delante, anticipando los obstáculos.
El baño sigue pareciéndome mucho más amplio de lo que creía recordar, a pesar de haberme quejado tantas veces en el pasado por no tener suficiente espacio para guardar mis cosas, ahora ni siquiera recuerdo qué llenan mis cajones, ni doy importancia a aquello tan imprescindible que no podía faltar en mi higiene diaria.
Los centímetros se me hacen desiertos.
Insisto delante del espejo, sin entender por qué continúo situándome en aquel preciso lugar para peinarme o echarme colonia. Con el tacto de los dedos intento colocar los mechones del pelo en la misma posición en la que están grabados en mi mente pasando repetidas veces la superficie de palma por el cabello, me ahueco los de la coronilla imaginando que lo estoy dejando mejor de lo que seguramente esté resultando en realidad.
Al salir del baño la cuesta arriba se hace tremenda. Elegir qué ropa ponerme es el mayor de los obstáculos insuperados hasta el momento. Creo que nunca estaré segura de elegir correctamente el conjunto, y aunque así lo hiciera siempre tengo el miedo de salir a la calle con la ropa puesta del revés, con una mancha invisible para mí, o con un descosido que hace que se vea alguna vergüenza y me de un aspecto indeseable. Es éste momento cuando las lágrimas ganan a mi poca fuerza de voluntad, y sentándome en la cama espero incansables minutos hasta que tengo el coraje suficiente para escoger qué ponerme.
Tantas veces he deseado que todo fuera un mal sueño, y que al abrir los ojos pudiera contemplar el soso color de pared que quise cambiar el verano pasado. Ahora todos los colores se centran en el más tenebroso de todos.

<<Las siete horas cuarenta y cuatro minutos>>

Sentada sobre la mesa de la cocina medito las interminables trabas que me quedan por superar a lo largo del día. El miedo aborda por cada rincón de mi mente bloqueando cualquier atisbo de esperanza que hubiera, el pavor me impide tomar aire y el pecho duele en un constante pinchazo. Las piernas me tiemblan sobre el sucio y pringoso suelo de la cocina.
Respiro profundamente tragando la incertidumbre de lo que me cabe esperar para el resto de minutos que compondrán mi cotidianidad a partir de ahora.


Escrito por: Donocoe (2010-06-28)


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1 Stick  
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Me gustan las sensaciones que percibo, es como espiar al espersonaje de cerca, muy cerca.

2 Violinista  
0
Me hizo recordar un cuento de Benedetti, Bien llevado. Como narras!

3 Donocoe  
0
Muchas gracias
Para este relato he jugado con "ventaja" pues tengo muy cerca a alguien a quien quiero mucho y cada vez que la veo sufro con sus torpezas...





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